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Pero dígame, ñor Cornelio ¿su mujer es rubia, o alguno de los abuelos era sí como las chiquillas?
Ambas eran rubias como una espiga, blancas y rosadas como duraznos y lindas como imágenes.
C. Contrastaba la belleza infantil de las gemelas con los rasgos fisonómicos de ñor Cornelio.
D. Ñor Cornelio vino a verme y trajo consigo un par de niñas de dos años y medio de edad.
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Si las fotografías permiten la posesión imaginaria de un pasado irreal, también ayudan a tomar posesión de un espacio donde la gente está insegura. Así, la fotografía se desarrolla en conjunción con una de las actividades modernas más características: el turismo. Por primera vez en la historia, grupos numerosos de gente abandonan sus entornos habituales por breves periodos. Parece decididamente anormal viajar por placer sin llevar una cámara. Las fotografías son la prueba irrecusable de que se hizo la excursión, se cumplió el programa, se gozó del viaje. Las fotografías documentan secuencias de consumo realizadas en ausencia de la familia, los amigos, los vecinos.
Pero la dependencia de la cámara, en cuanto aparato que da realidad a las experiencias, no disminuye cuando la gente viaja más. El acto de fotografiar satisface las mismas necesidades para los cosmopolitas que acumulan trofeos fotográficos de su excursión en barco por el Nilo o sus catorce días en China, que para los turistas de clase media que hacen instantáneas de la Torre Eiffel o las cataratas del Niágara. El acto fotográfico, un modo de certificar la experiencia, es también un modo de rechazarla: cuando se confina a la búsqueda de lo fotogénico, cuando se convierte la experiencia en una imagen, un recuerdo. El viaje se transforma en una estrategia para acumular fotos. La propia actividad fotográfica es tranquilizadora, y mitiga esa desorientación general que se suele agudizar con los viajes. La mayoría de los turistas se sienten obligados a poner la cámara entre ellos y toda cosa destacable que les sale al paso. Al no saber cómo reaccionar, hacen una foto. Así, la experiencia cobra forma: alto, una fotografía, adelante. El método seduce sobre todo a gente subyugada a una ética de trabajo implacable: alemanes, japoneses y estadounidenses. El empleo de una cámara atenúa su ansiedad provocada por la inactividad laboral cuando están en vacaciones y presuntamente divirtiéndose. Cuentan con una tarea que parece una simpática imitación del trabajo: pueden hacer fotos.
Tomado de: Sontag, S. (2009). Sobre la fotografía. Barcelona: Debolsillo.
Considere el siguiente resumen del texto anterior:
“La autora analiza la relación entre el turismo y la fotografía, teniendo en cuenta que los cos- mopolitas ven en sus viajes al acto de fotografiar como una necesidad. Según ella, ese acto acaba por convertirse en una práctica trivial con la que solo se busca mitigar la desorienta- ción general que causan los viajes. Así, la fotografía se convierte para los cosmopolitas japo- neses, estadounidenses y alemanes en una especie de reemplazo del trabajo al que están acostumbrados”.
El anterior resumen se puede describir como inadecuado porque
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Nadie es justo por voluntad, sino porque no tiene el poder de cometer injusticias. Esto lo percibiremos
mejor si nos imaginamos las cosas del siguiente modo: demos tanto al justo como al injusto el poder
de hacer lo que cada uno de ellos quiere, y a continuación sigámoslos para observar hasta dónde lo
lleva a cada uno el deseo. Entonces, sorprenderemos al justo tomando el mismo camino que el
injusto, siguiendo sus propios intereses, lo que toda criatura persigue por naturaleza como un bien,
pero que la fuerza de la ley obliga a abandonar para seguir el camino del respeto por la igualdad.
El poder del que hablo sería efectivo al máximo si aquellos hombres adquirieran una fuerza tal como
la que se dice que cierta vez tuvo Giges, el antepasado del lidio. Giges era un pastor que servía al
entonces rey de Lidia. Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que rasgó la tierra y
produjo un abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asombrado al ver esto,
descendió al abismo y halló, entre otras maravillas que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco
y con ventanillas, a través de las cuales divisó adentro un cadáver de tamaño más grande que el de
un hombre, según parecía, y que no tenía nada, excepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el
anillo y salió del abismo. Ahora bien, los pastores hacían su reunión habitual para dar al rey el informe
mensual concerniente a la hacienda, cuando llegó Giges llevando el anillo. Tras sentarse entre los
demás, casualmente volvió el engaste del anillo hacia el interior de su mano. Al suceder esto, se tornó
invisible para los que estaban sentados allí, quienes se pusieron a hablar de él como si se hubiera ido.
Giges se asombró, y luego, examinando el anillo, dio vuelta al engaste hacia afuera y tornó a hacerse
visible. Al advertirlo, experimentó con el anillo para ver si tenía tal propiedad, y comprobó que así era:
cuando giraba el engaste hacia adentro, su dueño se hacía invisible, y cuando lo giraba hacia afuera,
se hacía visible. En cuanto se hubo cerciorado de ello, maquinó el modo de formar parte de los que
fueron a la residencia del rey como informantes y, una vez allí, sedujo a la reina y, con ayuda de ella,
mató al rey y se apoderó del reino.
Por consiguiente, si existieran dos anillos como el de Giges y se diera uno a un hombre justo y otro a
uno injusto, ninguno perseveraría en la justicia ni soportaría abstenerse de bienes ajenos, cuando
podría tanto apoderarse impunemente de lo que quisiera del mercado, como, al entrar en las casas,
acostarse con la mujer que prefiriera, y tanto matar a unos como librar de las cadenas a otros, según
su voluntad, y hacer todo como si fuera igual a un dios entre los hombres. En esto, el hombre justo
no tendría nada de diferente del injusto, sino que ambos marcharían por el mismo camino. E incluso,
se diría que esto es una importante prueba de que nadie es justo, si no es forzado a serlo, por no
considerarse a la justicia como un bien individual, ya que allí donde cada uno se cree capaz de cometer
injusticias, las comete. En efecto, todo hombre piensa que la injusticia le brinda más ventajas
individuales que la justicia, y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría.
Tomado de: Platón IV, D. (1986). República, Traducción y notas de C. Eggers Lan, Madrid, Gredos.
De acuerdo con el texto, ¿con qué propósito el autor introduce el relato sobre el anillo de Giges?
Promover en la audiencia la idea de que es más ventajoso para el bien común seguir el
camino de la injusticia; pues, el caso de Gieges muestra cómo éste obtuvo beneficios
injustamente gracias al anillo.
Convencer a la audiencia de que todo hombre cometerá injusticias cuando tenga la
oportunidad; pues, como ilustra el caso de Giges, este cometió injusticias una vez
descubrió el poder del anillo.
Reforzar en la audiencia la idea de que todos cometemos injusticias; ya que el caso de
Giges ilustra cómo las personas aparentemente justas en realidad cometen grandes
injusticias.
Persuadir a la audiencia de que actuar justamente requiere mucha fuerza de voluntad; ya
que, como lo muestra el caso de Giges, la tentación derivada del poder del anillo doblegó
su voluntad.
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A mucha gente le gusta ver en los cuadros lo que también le gustaría ver en la realidad. Se trata de una preferencia perfectamente comprensible. A todos nos atrae lo bello en la naturaleza y agradecemos a los artistas que lo recojan en sus obras. Esos mismos artistas no nos censurarían por nuestros gustos. Cuando el gran artista flamenco Rubens dibujó a su hijo, estaba orgulloso de sus agradables acciones y deseaba que también nosotros admiráramos al pequeño. Pero esta inclinación a los temas bonitos y atractivos puede convertirse en nociva si nos conduce a rechazar obras que representan asuntos menos agradables. El gran pintor alemán Alberto Durero seguramente dibujó a su madre con tanta devoción y cariño como Rubens a su hijo. Su verista estudio de la vejez y la decrepitud puede producirnos tan viva impresión que nos haga apartar los ojos de él y, sin embargo, si reaccionamos contra esta primera aversión, quedaremos recompensados con creces, pues el dibujo de Durero, en su tremenda sinceridad, es una gran obra. En efecto, de pronto descubrimos que la hermosura de un cuadro no reside realmente en la belleza de su tema. No sé si los golfillos que el pintor español Murillo se complacía en pintar eran estrictamente bellos o no, pero tal como fueron pintados por él, poseen desde luego gran encanto.
Tomado de: Gombrich, E. H. (2003). La historia del arte. Madrid: Random House Mondadori.
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¿SERÁ QUE GOOGLE NOS ESTÁ VOLVIENDO ESTOOPIDOS?
Durante los últimos años he tenido la incómoda sensación de que alguien (o algo) ha estado cacharreando con mi cerebro, rehaciendo la cartografía de mis circuitos neuronales, reprogramando mi memoria. No es que ya no pueda pensar (por lo menos hasta donde me doy cuenta), pero algo está cambiando. Ya no pienso como antes. Lo siento de manera muy acentuada cuando leo. Sumirme en un libro o un artículo largo solía ser una cosa fácil. La mera narrativa o los giros de los acontecimientos cautivaban mi mente y pasaba horas paseando por largos pasajes de prosa. Sin embargo, eso ya no me ocurre. Resulta que ahora, por el contrario, mi concentración se pierde tras leer apenas dos o tres páginas. Me pongo inquieto, pierdo el hilo, comienzo a buscar otra cosa que hacer. Es como si tuviera que forzar mi mente divagadora a volver sobre el texto. En dos palabras, la lectura profunda, que solía ser fácil, se ha vuelto una lucha. Y creo saber qué es lo que está ocurriendo. A estas alturas, llevo ya más de una década pasando mucho tiempo en línea, haciendo búsquedas y navegando, incluso, algunas veces, agregando material a las enormes bases de datos de internet. Como escritor, la red me ha caído del cielo. El trabajo de investigación, que antes me tomaba días inmerso en las secciones de publicaciones periódicas de las
bibliotecas, ahora se puede hacer en cuestión de minutos. Las ventajas de un acceso tan instantáneo a esa increíble y rica reserva de información son muchísimas, y ya
han sido debidamente descritas y aplaudidas. Pero tal ayuda tiene su precio. Como subrayó en la década del 60 el teórico de los medios de comunicación Marshall McLuhan, los medios no son meros canales pasivos por donde fluye información. Cierto, se encargan de suministrar los insumos del pensamiento, pero también configuran el proceso de pensamiento. Y lo que la red parece estar haciendo, por lo menos en mi caso, es socavar poco a poco mi capacidad de concentración y contemplación. Mi mente ahora espera asimilar información de la misma manera como la red la distribuye: en un vertiginoso flujo de partículas. Alguna vez fui buzo y me
sumergía en océanos de palabras. Hoy en día sobrevuelo a ras sus aguas como en una moto acuática. Gracias a la omnipresencia del texto en internet, por no hablar de la popularidad de los mensajes escritos en los teléfonos celulares, es probable que hoy estemos leyendo cuantitativamente más de lo que leíamos en las décadas del 70 y 80 del siglo pasado, cuando la televisión era nuestro medio predilecto. Pero, sea lo que sea, se trata de otra forma de leer, y detrás subyace otra forma de pensar… Quizás incluso, una nueva manera de ser. La idea de que nuestra mente debiera operar como una máquina-procesadora-de-datos-de-alta-velocidad no solo está incorporada al funcionamiento de internet, sino que al mismo tiempo se trata del modelo empresarial imperante de la red. A mayor velocidad con la que navegamos en la red, a mayor número de enlaces sobre los que hacemos clic y el número de páginas que visitamos, mayores las oportunidades que Google y otras compañías tienen para recoger información sobre nosotros y nutrirnos con anuncios publicitarios. Para bien de sus intereses económicos, les conviene distraernos a como dé lugar.
Tomado y adaptado de: Carr, Nicholas. “Será que Google nos está volviendo estoopidos?”,
Pombo, Juan Manuel (Traductor), en Revista Arcadia, 2010.
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DEL DEBER DE LA DESOBEDIENCIA CIVIL (1849)
Creo de todo corazón en el lema “El mejor gobierno es el que tiene que gobernar menos”, y me gustaría verlo hacerse efectivo más rápida y sistemáticamente. Bien llevado, finalmente resulta en algo en lo que también creo: “El mejor gobierno es el que no tiene que gobernar en absoluto”. Y cuando los pueblos estén preparados para ello, ése será el tipo de gobierno que tengan. En el mejor de los casos, el gobierno no es más que una conveniencia, pero en su mayoría los gobiernos son inconvenientes y todos han resultado serlo en algún momento. Las objeciones que se han hecho a la existencia de un ejército permanente, que son varias y de peso, y que merecen mantenerse, pueden también por fin esgrimirse en contra del gobierno. El ejército permanente es sólo el brazo del gobierno establecido. El gobierno en sí, que es únicamente el modo escogido por el pueblo para ejecutar su voluntad, está igualmente sujeto al abuso y la corrupción antes de que el pueblo pueda actuar a través suyo.
Somos testigos de la actual guerra con México, obra de unos pocos individuos comparativamente, que utilizan como herramienta al gobierno actual; en principio, el pueblo no habría aprobado esta medida. Pero, para hablar en forma práctica y como ciudadano, a diferencia de aquellos que se llaman “antigobiernistas”, yo pido, no como “antigobiernista” sino como ciudadano, y de inmediato, un mejor gobierno. Permítasele a cada individuo dar a conocer el tipo de gobierno que lo impulsaría a respetarlo y eso ya sería un paso ganado para obtener ese respeto. Después de todo, la razón práctica por la cual, una vez que el poder está en manos del pueblo, se le permite a una mayoría, y por un período largo de tiempo, regir, no es porque esa mayoría esté tal vez en lo correcto, ni porque le parezca justo a la minoría, sino porque físicamente son los más fuertes. Pero un gobierno en el que la mayoría rige en todos los casos no se puede basar en la justicia. No es deseable cultivar respeto por la ley más de por lo que es correcto. La única obligación a la que debo someterme es a la de hacer siempre lo que creo correcto. La ley nunca hizo al hombre un ápice más justo, y a causa del respeto por ella, aún el hombre bien dispuesto se convierte a diario en un agente de la injusticia.
Henry David Thoreau
Tomado y adaptado de: http://thoreau.eserver.org/spanishcivil.html. Consultado el 25 de enero de 2015.
¿Cuál de los siguientes es un ejemplo que menciona el autor para apoyar su posición frente a los Gobiernos?
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En nuestra sociedad, se tiende a pensar que el matrimonio, la base de la familia, se sostiene si
hay confianza mutua y buena comunicación, así como si ambos miembros de la pareja trabajan unidos
para resolver los conflictos y pasan tiempo juntos. En resumen, su piedra angular es un amor maduro
y sincero. No obstante, la idea de que este deba ser la razón última del enlace es bastante reciente:
aparece en el siglo XVIII y se afianza en el XIX, con el movimiento romántico. Hasta entonces, el ma-
trimonio era ante todo una institución económica y política demasiado trascendente como para dejar-
la en manos de los dos individuos implicados. En general, resultaba inconcebible que semejante
acuerdo se basara en algo tan irracional como el enamoramiento. De hecho, no se inventó ni para que
los hombres protegieran a las mujeres ni para que las explotaran. Se trataba de una alianza entre
grupos que iba más allá de los familiares más cercanos o incluso los pequeños grupos.
Para las élites, era una manera excelente de consolidar la riqueza, fusionar recursos y forjar unio-
nes políticas. Desde la Edad Media, la dote de boda de la mujer constituía el mayor ingreso de dinero,
bienes o tierras que un hombre iba a recibir en toda su vida. Para los más pobres, también suponía
una transacción económica que debía ser beneficiosa para la familia. Así, se solía casar al hijo con la
hija de quien tenía un campo colindante. El matrimonio se convirtió en la estructura que garantizaba
la supervivencia de la familia extendida, que incluye abuelos, hermanos, sobrinos… Al contrario de lo
que solemos creer, la imagen del marido trabajando fuera de la casa y la mujer haciéndose cargo de
la misma es un producto reciente, de los años 50. Hasta entonces, la familia no se sostenía con un úni-
co proveedor, sino que todos sus integrantes contribuían al único negocio de la que esta dependía.
Que el matrimonio no se basara en el amor no quiere decir que las personas no se enamoraran.
Sin embargo, en algunas culturas se trata de algo incompatible con el matrimonio. En la China tradi-
cional, por ejemplo, una atracción excesiva entre los esposos era tenida como una amenaza al respe-
to y solidaridad debida a la familia. Es más, en tal ambiente, la palabra amor solo se aplicaba para
describir las relaciones ilícitas. Fue en la década de 1920 cuando se inventó un término para designar
el cariño entre cónyuges. Una idea tan radicalmente nueva exigía un vocabulario especial.
Aún hoy, muchas sociedades desaprueban la idea de que el amor sea el centro del matrimonio.
Es el caso de los fulbes africanos, del norte de Camerún. “Muchas de sus mujeres niegan vehemen-
temente cualquier apego hacia el marido”, asegura Helen A. Regis, del Departamento de Geografía y
Antropología de la Universidad Estatal de Luisiana. Otras, en cambio, aprueban el amor entre espo-
sos, pero nunca antes de que el matrimonio haya cumplido su objetivo primordial.
Adaptado de: Sabadell, Miguel Ángel (2013). “Líos de familias”. En: Muy Interesante, No. 384, pp. 72-76.
¿Qué implicación sobre el matrimonio entre los fulbes africanos puede derivarse a partir de lo dicho por el autor?
Que en esa comunidad no sucede que haya amor entre esposos.
Que en esa comunidad el amor no es una condición necesaria para el matrimonio.
Que las mujeres de esa comunidad sienten temor a enamorarse de sus esposos.
Que las mujeres de esa comunidad no ven su amor correspondido por sus esposos.
La lectura corresponde a un cuento realista, particularmente porque:
A: La história es protagonizada por un número reducido de personajes.
B: En el desenlace se resuelve el conflicto de forma positiva para el protagonista.
C: Se incorpora el habla popular para retratar con fidelidad a los personajes.
D. Se da a conocer lo que piensan, sienten y desean los protagonistas.
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Con el siguiente fragmento comienza la novela “Sin remedio” de Antonio Caballero. Los sucesos tienen lugar en la madrugada. Los protagonistas son Escobar, un poeta frustrado, y Fina, la mujer con quien vive. A los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Desde la madrugada de sus treinta y un años Escobar contempló la revelación, parada en el alféizar como un pájaro: a los treinta y un años Rimbaud estaba muerto. Increíble. Fina seguía durmiendo junto a él, como si no se diera cuenta de la gravedad de la cosa. Le tapó las narices con dos dedos. Fina gimió, se revolvió en las sábanas; y después, con un ronquido, empezó a respirar tranquilamente por la boca. Las mujeres no entienden. Afuera cantaron los primeros pájaros, se oyó el ruido del primer motor, que es siempre el de una motocicleta. Es la hora de morir. Sentado sobre el coxis, con la nuca apoyada en el filo del espaldar de la cama y los ojos mirando el techo sin molduras, Escobar se esforzó por no pensar en nada. Que el universo lo absorbiera dulcemente, sin ruido. Que cuando Fina al fin se despertara hallara apenas un charquito de humedad entre las sábanas revueltas. Pensó que ya nunca más sería el mismo que se esforzaba ahora por no pensar en nada; pensó que nunca más sería el mismo que ahora pensaba que nunca más sería el mismo. Pero afuera crecían los ruidos de la vida. Sintió en su bajo vientre una punzada de advertencia: las ganas de orinar. La vida. Ah, levantarse. Tampoco esta vez moriremos. Vio asomar una raja delgada de sol por sobre el filo de los cerros, como un ascua. El sol entero se alzó de un solo golpe, globuloso, rosado oscuro en la neblina, y más arriba el cielo era ya azul, azul añil, tal vez: ¿Cuál es el azul añil? Y más arriba todavía, de un azul más profundo, tal vez azul cobalto. Como todos los días, probablemente. Aunque esas no eran horas de despertarse a ver todos los días. Nada garantizaba que el sol saliera así todos los días. No era posible. Decidió brindarle un poema, como un acto de fe.
Sol puntual, sol igual,
sol fatal
lento sol caracol
sol de Colombia.
Y era un lánguido sol lleno de eles, de día que promete lluvia. Quiso despertar a Fina para recitarle su poema. Pero ya había pasado el entusiasmo. Quieto en la cama vio el lento ensombrecerse del día, las agrias nubes grises crecer sobre los cerros, el trazado plomizo de las primeras gotas de la lluvia, pesadas como piedras. Tal vez hubiera sido preferible estar muerto. No soportar el mismo día una vez y otra vez, el mismo sol, la misma lluvia, el tedio hasta los mismos bordes: la vida que va pasando y va volviendo en redondo. Y si se acaba la vida, faltan las reencarnaciones. El previsible despertar de Fina, el jugo de naranja, el desayuno.
Tomado y adaptado de: Caballero, A. (2004). Sin remedio, Bogotá: Alfaguara, pp. 13-14.
A partir de sus pensamientos y actitudes, es posible concluir que Escobar es un hombre
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Nadie es justo por voluntad, sino porque no tiene el poder de cometer injusticias. Esto lo percibiremos
mejor si nos imaginamos las cosas del siguiente modo: demos tanto al justo como al injusto el poder
de hacer lo que cada uno de ellos quiere, y a continuación sigámoslos para observar hasta dónde lo
lleva a cada uno el deseo. Entonces, sorprenderemos al justo tomando el mismo camino que el
injusto, siguiendo sus propios intereses, lo que toda criatura persigue por naturaleza como un bien,
pero que la fuerza de la ley obliga a abandonar para seguir el camino del respeto por la igualdad.
El poder del que hablo sería efectivo al máximo si aquellos hombres adquirieran una fuerza tal como
la que se dice que cierta vez tuvo Giges, el antepasado del lidio. Giges era un pastor que servía al
entonces rey de Lidia. Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que rasgó la tierra y
produjo un abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asombrado al ver esto,
descendió al abismo y halló, entre otras maravillas que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco
y con ventanillas, a través de las cuales divisó adentro un cadáver de tamaño más grande que el de
un hombre, según parecía, y que no tenía nada, excepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el
anillo y salió del abismo. Ahora bien, los pastores hacían su reunión habitual para dar al rey el informe
mensual concerniente a la hacienda, cuando llegó Giges llevando el anillo. Tras sentarse entre los
demás, casualmente volvió el engaste del anillo hacia el interior de su mano. Al suceder esto, se tornó
invisible para los que estaban sentados allí, quienes se pusieron a hablar de él como si se hubiera ido.
Giges se asombró, y luego, examinando el anillo, dio vuelta al engaste hacia afuera y tornó a hacerse
visible. Al advertirlo, experimentó con el anillo para ver si tenía tal propiedad, y comprobó que así era:
cuando giraba el engaste hacia adentro, su dueño se hacía invisible, y cuando lo giraba hacia afuera,
se hacía visible. En cuanto se hubo cerciorado de ello, maquinó el modo de formar parte de los que
fueron a la residencia del rey como informantes y, una vez allí, sedujo a la reina y, con ayuda de ella,
mató al rey y se apoderó del reino.
Por consiguiente, si existieran dos anillos como el de Giges y se diera uno a un hombre justo y otro a
uno injusto, ninguno perseveraría en la justicia ni soportaría abstenerse de bienes ajenos, cuando
podría tanto apoderarse impunemente de lo que quisiera del mercado, como, al entrar en las casas,
acostarse con la mujer que prefiriera, y tanto matar a unos como librar de las cadenas a otros, según
su voluntad, y hacer todo como si fuera igual a un dios entre los hombres. En esto, el hombre justo
no tendría nada de diferente del injusto, sino que ambos marcharían por el mismo camino. E incluso,
se diría que esto es una importante prueba de que nadie es justo, si no es forzado a serlo, por no
considerarse a la justicia como un bien individual, ya que allí donde cada uno se cree capaz de cometer
injusticias, las comete. En efecto, todo hombre piensa que la injusticia le brinda más ventajas
individuales que la justicia, y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría.
Tomado de: Platón IV, D. (1986). República, Traducción y notas de C. Eggers Lan, Madrid, Gredos.
¿Cuál de las siguientes afirmaciones contradice las ideas que presenta el autor?
Algunas personas actúan justamente, a pesar de poder actuar de manera injusta.
La injusticia, contrariamente a la justicia, es natural en el ser humano.
Actuar con justicia brinda menos ventajas que hacerlo con injusticia.
La injusticia, contrariamente a la justicia, se comete voluntariamente.
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Según la infografía, “los países de ingresos medios solo tienen la mitad de los vehículos exis
tentes en el mundo y, a pesar de eso, sufren el 80% de las muertes por accidente de tránsito”.
En este enunciado, la conjunción ‘a pesar de’ cumple la función de
resaltar que el índice de muertes por accidente de tránsito en países de ingresos medios es bastante elevado dadas sus condiciones particulares.
oponer el alto número de vehículos en países de ingresos medios frente al bajo porcentaje de muertes por accidente de tránsito.
aclarar que el alto índice de muertes por accidente de tránsito en países de ingresos medios está estrechamente relacionado con el número de autos.
señalar que el índice de muertes por accidente de tránsito en países de ingresos medios puede ser aun más alto de lo dicen las cifras oficiales.
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1984 es una novela futurista que tiene lugar en una sociedad totalitaria. Los ciudadanos de esta sociedad son controlados por una figura omnipresente conocida como el Gran Hermano. En el siguiente apartado, un miembro defensor del orden le explica al protagonista el principal propósito del régimen.
No habrá lealtad; no existirá más fidelidad que la que se debe al Partido, ni más amor que el amor al Gran Hermano. No habrá risa, excepto la risa triunfal cuando se derrota a un enemigo. No habrá arte, ni literatura, ni ciencia. No habrá ya distinción entre la belleza y la fealdad. Todos los placeres serán destruidos. Pero siempre, no lo olvides, Winston, siempre habrá el afán de poder, la sed de dominio, que aumentará constantemente y se hará cada vez más sutil. Siempre existirá la emoción de la victoria, la sensación de pisotear a un enemigo indefenso. Si quieres hacerte una idea de cómo será el futuro, figúrate una bota aplastando un rostro humano... incesantemente.
Tomado de: Orwell, George. 1984. Barcelona: Ediciones Destino. 2008.
Un extraterrestre vino a visitar el planeta Tierra y se asombró al ver que los humanos nos bañábamos. Él también quería bañarse y le pidió a Fredy, un estudiante de quinto, que le dijera por escrito los pasos para uno bañarse. Fredy señaló los siguientes pasos:
1. abrir la ducha; 2. quitarse la ropa; 3. secarse con una toalla; 4. enjabonarse y enjuagarse; 5. Mojarse;
Para que el extraterrestre pueda bañarse correctamente, el orden adecuado de los pasos sería:
1,5,2,3,4.
2,3,4,1,5.
2,1,5,4,3.
2,1,5,3,4.
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En nuestra sociedad, se tiende a pensar que el matrimonio, la base de la familia, se sostiene si hay confianza mutua y buena comunicación, así como si ambos miembros de la pareja trabajan unidos para resolver los conflictos y pasan tiempo juntos. En resumen, su piedra angular es un amor maduro y sincero. No obstante, la idea de que este deba ser la razón última del enlace es bastante reciente: aparece en el siglo XVIII y se afianza en el XIX, con el movimiento romántico. Hasta entonces, el matrimonio era ante todo una institución económica y política demasiado trascendente como para dejarla en manos de los dos individuos implicados. En general, resultaba inconcebible que semejante acuerdo se basara en algo tan irracional como el enamoramiento. De hecho, no se inventó ni para que los hombres protegieran a las mujeres ni para que las explotaran. Se trataba de una alianza entre grupos que iba más allá de los familiares más cercanos o incluso los pequeños grupos.
Para las élites, era una manera excelente de consolidar la riqueza, fusionar recursos y forjar uniones políticas. Desde la Edad Media, la dote de boda de la mujer constituía el mayor ingreso de dinero, bienes o tierras que un hombre iba a recibir en toda su vida. Para los más pobres, también suponía una transacción económica que debía ser beneficiosa para la familia. Así, se solía casar al hijo con la hija de quien tenía un campo colindante. El matrimonio se convirtió en la estructura que garantizaba la supervivencia de la familia extendida, que incluye abuelos, hermanos, sobrinos… Al contrario de lo que solemos creer, la imagen del marido trabajando fuera de la casa y la mujer haciéndose cargo de la misma es un producto reciente, de los años 50. Hasta entonces, la familia no se sostenía con un único proveedor, sino que todos sus integrantes contribuían al único negocio de la que esta dependía.
Que el matrimonio no se basara en el amor no quiere decir que las personas no se enamoraran. Sin embargo, en algunas culturas se trata de algo incompatible con el matrimonio. En la China tradicional, por ejemplo, una atracción excesiva entre los esposos era tenida como una amenaza al respeto y solidaridad debida a la familia. Es más, en tal ambiente, la palabra amor solo se aplicaba para describir las relaciones ilícitas. Fue en la década de 1920 cuando se inventó un término para designar el cariño
entre cónyuges. Una idea tan radicalmente nueva exigía un vocabulario especial.
Aún hoy, muchas sociedades desaprueban la idea de que el amor sea el centro del matrimonio. Es el caso de los fulbes africanos, del norte de Camerún. “Muchas de sus mujeres niegan vehementemente cualquier apego hacia el marido”, asegura Helen A. Regis, del Departamento de Geografía y Antropología de la Universidad Estatal de Luisiana. Otras, en cambio, aprueban el amor entre esposos, pero nunca antes de que el matrimonio haya cumplido su objetivo primordial.
Adaptado de: Sabadell, Miguel Ángel (2013). “Líos de familias”. En: Muy Interesante, No. 384, pp. 72-76.
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Nadie es justo por voluntad, sino porque no tiene el poder de cometer injusticias. Esto lo percibiremos
mejor si nos imaginamos las cosas del siguiente modo: demos tanto al justo como al injusto el poder
de hacer lo que cada uno de ellos quiere, y a continuación sigámoslos para observar hasta dónde lo
lleva a cada uno el deseo. Entonces, sorprenderemos al justo tomando el mismo camino que el
injusto, siguiendo sus propios intereses, lo que toda criatura persigue por naturaleza como un bien,
pero que la fuerza de la ley obliga a abandonar para seguir el camino del respeto por la igualdad.
El poder del que hablo sería efectivo al máximo si aquellos hombres adquirieran una fuerza tal como
la que se dice que cierta vez tuvo Giges, el antepasado del lidio. Giges era un pastor que servía al
entonces rey de Lidia. Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que rasgó la tierra y
produjo un abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asombrado al ver esto,
descendió al abismo y halló, entre otras maravillas que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco
y con ventanillas, a través de las cuales divisó adentro un cadáver de tamaño más grande que el de
un hombre, según parecía, y que no tenía nada, excepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el
anillo y salió del abismo. Ahora bien, los pastores hacían su reunión habitual para dar al rey el informe
mensual concerniente a la hacienda, cuando llegó Giges llevando el anillo. Tras sentarse entre los
demás, casualmente volvió el engaste del anillo hacia el interior de su mano. Al suceder esto, se tornó
invisible para los que estaban sentados allí, quienes se pusieron a hablar de él como si se hubiera ido.
Giges se asombró, y luego, examinando el anillo, dio vuelta al engaste hacia afuera y tornó a hacerse
visible. Al advertirlo, experimentó con el anillo para ver si tenía tal propiedad, y comprobó que así era:
cuando giraba el engaste hacia adentro, su dueño se hacía invisible, y cuando lo giraba hacia afuera,
se hacía visible. En cuanto se hubo cerciorado de ello, maquinó el modo de formar parte de los que
fueron a la residencia del rey como informantes y, una vez allí, sedujo a la reina y, con ayuda de ella,
mató al rey y se apoderó del reino.
Por consiguiente, si existieran dos anillos como el de Giges y se diera uno a un hombre justo y otro a
uno injusto, ninguno perseveraría en la justicia ni soportaría abstenerse de bienes ajenos, cuando
podría tanto apoderarse impunemente de lo que quisiera del mercado, como, al entrar en las casas,
acostarse con la mujer que prefiriera, y tanto matar a unos como librar de las cadenas a otros, según
su voluntad, y hacer todo como si fuera igual a un dios entre los hombres. En esto, el hombre justo
no tendría nada de diferente del injusto, sino que ambos marcharían por el mismo camino. E incluso,
se diría que esto es una importante prueba de que nadie es justo, si no es forzado a serlo, por no
considerarse a la justicia como un bien individual, ya que allí donde cada uno se cree capaz de cometer
injusticias, las comete. En efecto, todo hombre piensa que la injusticia le brinda más ventajas
individuales que la justicia, y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría.
Tomado de: Platón IV, D. (1986). República, Traducción y notas de C. Eggers Lan, Madrid, Gredos.
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En nuestra sociedad, se tiende a pensar que el matrimonio, la base de la familia, se sostiene si
hay confianza mutua y buena comunicación, así como si ambos miembros de la pareja trabajan unidos
para resolver los conflictos y pasan tiempo juntos. En resumen, su piedra angular es un amor maduro
y sincero. No obstante, la idea de que este deba ser la razón última del enlace es bastante reciente:
aparece en el siglo XVIII y se afianza en el XIX, con el movimiento romántico. Hasta entonces, el ma-
trimonio era ante todo una institución económica y política demasiado trascendente como para dejar-
la en manos de los dos individuos implicados. En general, resultaba inconcebible que semejante
acuerdo se basara en algo tan irracional como el enamoramiento. De hecho, no se inventó ni para que
los hombres protegieran a las mujeres ni para que las explotaran. Se trataba de una alianza entre
grupos que iba más allá de los familiares más cercanos o incluso los pequeños grupos.
Para las élites, era una manera excelente de consolidar la riqueza, fusionar recursos y forjar unio-
nes políticas. Desde la Edad Media, la dote de boda de la mujer constituía el mayor ingreso de dinero,
bienes o tierras que un hombre iba a recibir en toda su vida. Para los más pobres, también suponía
una transacción económica que debía ser beneficiosa para la familia. Así, se solía casar al hijo con la
hija de quien tenía un campo colindante. El matrimonio se convirtió en la estructura que garantizaba
la supervivencia de la familia extendida, que incluye abuelos, hermanos, sobrinos… Al contrario de lo
que solemos creer, la imagen del marido trabajando fuera de la casa y la mujer haciéndose cargo de
la misma es un producto reciente, de los años 50. Hasta entonces, la familia no se sostenía con un úni-
co proveedor, sino que todos sus integrantes contribuían al único negocio de la que esta dependía.
Que el matrimonio no se basara en el amor no quiere decir que las personas no se enamoraran.
Sin embargo, en algunas culturas se trata de algo incompatible con el matrimonio. En la China tradi-
cional, por ejemplo, una atracción excesiva entre los esposos era tenida como una amenaza al respe-
to y solidaridad debida a la familia. Es más, en tal ambiente, la palabra amor solo se aplicaba para
describir las relaciones ilícitas. Fue en la década de 1920 cuando se inventó un término para designar
el cariño entre cónyuges. Una idea tan radicalmente nueva exigía un vocabulario especial.
Aún hoy, muchas sociedades desaprueban la idea de que el amor sea el centro del matrimonio.
Es el caso de los fulbes africanos, del norte de Camerún. “Muchas de sus mujeres niegan vehemen-
temente cualquier apego hacia el marido”, asegura Helen A. Regis, del Departamento de Geografía y
Antropología de la Universidad Estatal de Luisiana. Otras, en cambio, aprueban el amor entre espo-
sos, pero nunca antes de que el matrimonio haya cumplido su objetivo primordial.
Adaptado de: Sabadell, Miguel Ángel (2013). “Líos de familias”. En: Muy Interesante, No. 384, pp. 72-76.
¿Cuál de los siguientes ejemplos ilustra la idea de la familia como una institución política y económica?
En la Edad Media la mujer aportaba una dote en el momento de casarse.
Entre los fulbes africanos es común que las mujeres nieguen amar a sus maridos.
En los siglos XVIII y XIX cambió la idea sobre cuál es la base que sostiene la familia.
En la sociedad china solo hasta la década de 1920 se acuñó un término para designar el cariño entre esposos.
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(i). “El argumento más poderoso contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio”.
Winston Churchill
Adaptado de: Ovejero, Félix, 2008, Incluso un pueblo de demonios: democracia, liberalismo, republicanismo. Katz editores,
Madrid.
(ii). “La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección debida a una mayoría incompetente”.
George Bernard Shaw
Epígrafe de: Ovejero, Félix, 2008, Incluso un pueblo de demonios: democracia, liberalismo, republicanismo. Katz editores:
Madrid.
(iii). “Aunque la tradición política democrática se remonta a la antigua Grecia, los pensadores políticos no se ocuparon de la causa democrática hasta el siglo XIX. Hasta entonces venía desechándose la democracia como el gobierno de las masas ignorantes y sin luces. Hoy parece que todos nos hemos vuelto demócratas sin contar con argumentos sólidos a favor. Los liberales, los conservadores, los socialistas, los comunistas, los anarquistas y hasta los fascistas se han apresurado a proclamar las virtudes de la democracia y a mostrar sus credenciales demócratas”.
Adaptado de: Heywood, Andrew (2010). Introducción a la teoría política. Tirant Lo Blanch: Valencia. p. 55.
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En nuestra sociedad, se tiende a pensar que el matrimonio, la base de la familia, se sostiene si
hay confianza mutua y buena comunicación, así como si ambos miembros de la pareja trabajan unidos
para resolver los conflictos y pasan tiempo juntos. En resumen, su piedra angular es un amor maduro
y sincero. No obstante, la idea de que este deba ser la razón última del enlace es bastante reciente:
aparece en el siglo XVIII y se afianza en el XIX, con el movimiento romántico. Hasta entonces, el ma-
trimonio era ante todo una institución económica y política demasiado trascendente como para dejar-
la en manos de los dos individuos implicados. En general, resultaba inconcebible que semejante
acuerdo se basara en algo tan irracional como el enamoramiento. De hecho, no se inventó ni para que
los hombres protegieran a las mujeres ni para que las explotaran. Se trataba de una alianza entre
grupos que iba más allá de los familiares más cercanos o incluso los pequeños grupos.
Para las élites, era una manera excelente de consolidar la riqueza, fusionar recursos y forjar unio-
nes políticas. Desde la Edad Media, la dote de boda de la mujer constituía el mayor ingreso de dinero,
bienes o tierras que un hombre iba a recibir en toda su vida. Para los más pobres, también suponía
una transacción económica que debía ser beneficiosa para la familia. Así, se solía casar al hijo con la
hija de quien tenía un campo colindante. El matrimonio se convirtió en la estructura que garantizaba
la supervivencia de la familia extendida, que incluye abuelos, hermanos, sobrinos… Al contrario de lo
que solemos creer, la imagen del marido trabajando fuera de la casa y la mujer haciéndose cargo de
la misma es un producto reciente, de los años 50. Hasta entonces, la familia no se sostenía con un úni-
co proveedor, sino que todos sus integrantes contribuían al único negocio de la que esta dependía.
Que el matrimonio no se basara en el amor no quiere decir que las personas no se enamoraran.
Sin embargo, en algunas culturas se trata de algo incompatible con el matrimonio. En la China tradi-
cional, por ejemplo, una atracción excesiva entre los esposos era tenida como una amenaza al respe-
to y solidaridad debida a la familia. Es más, en tal ambiente, la palabra amor solo se aplicaba para
describir las relaciones ilícitas. Fue en la década de 1920 cuando se inventó un término para designar
el cariño entre cónyuges. Una idea tan radicalmente nueva exigía un vocabulario especial.
Aún hoy, muchas sociedades desaprueban la idea de que el amor sea el centro del matrimonio.
Es el caso de los fulbes africanos, del norte de Camerún. “Muchas de sus mujeres niegan vehemen-
temente cualquier apego hacia el marido”, asegura Helen A. Regis, del Departamento de Geografía y
Antropología de la Universidad Estatal de Luisiana. Otras, en cambio, aprueban el amor entre espo-
sos, pero nunca antes de que el matrimonio haya cumplido su objetivo primordial.
Adaptado de: Sabadell, Miguel Ángel (2013). “Líos de familias”. En: Muy Interesante, No. 384, pp. 72-76.
El tercer párrafo del texto
presenta un paralelo entre las concepciones del amor y el matrimonio en la China tradicional y en Occidente.
demuestra que en China el enamoramiento entre esposos era una amenaza al respeto y la solidaridad de la familia.
sintetiza las razones por las cuales en algunas culturas el enamoramiento y el matrimonio se consideran incompatibles.
provee un ejemplo de que la asociación entre el amor y el matrimonio no es algo propio de todos los tiempos y culturas.
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Nadie es justo por voluntad sino porque no tiene el poder de cometer injusticias. Esto lo per-
cibiremos mejor si nos imaginamos las cosas del siguiente modo: demos tanto al justo como al
injusto el poder de hacer lo que cada uno de ellos quiere, y a continuación sigámoslos para ob-
servar hasta dónde lo lleva a cada uno el deseo. Entonces sorprenderemos al justo tomando el
mismo camino que el injusto, siguiendo sus propios intereses, lo que toda criatura persigue por
naturaleza como un bien, pero que la fuerza de la ley obliga a seguir el camino del respeto por
la igualdad.
El poder del que hablo sería efectivo al máximo si aquellos hombres adquirieran una fuerza tal co-
mo la que se dice que cierta vez tuvo Giges, el antepasado del lidio. Giges era un pastor que servía
al entonces rey de Lidia. Un día sobrevino una gran tormenta y un terremoto que rasgó la tierra y pro-
dujo un abismo en el lugar en que Giges llevaba el ganado a pastorear. Asombrado al ver esto, des-
cendió al abismo y halló, entre otras maravillas que narran los mitos, un caballo de bronce, hueco y
con ventanillas, a través de las cuales divisó adentro un cadáver de tamaño más grande que el de un
hombre, según parecía, y que no tenía nada excepto un anillo de oro en la mano. Giges le quitó el ani-
llo y salió del abismo. Ahora bien, los pastores hacían su reunión habitual para dar al rey el informe
mensual concerniente a la hacienda, cuando llegó Giges llevando el anillo. Tras sentarse entre los de-
más, casualmente volvió el engaste del anillo hacia el interior de su mano. Al suceder esto se tornó
invisible para los que estaban sentados allí, quienes se pusieron a hablar de él como si se hubiera ido.
Giges se asombró, y luego, examinando el anillo, dio vuelta al engaste hacia afuera y tornó a hacerse
visible. Al advertirlo, experimentó con el anillo para ver si tenía tal propiedad, y comprobó que así era:
cuando giraba el engaste hacia adentro, su dueño se hacía invisible, y cuando lo giraba hacia afuera,
se hacía visible. En cuanto se hubo cerciorado de ello, maquinó el modo de formar parte de los que
fueron a la residencia del rey como informantes y, una vez allí, sedujo a la reina y con ayuda de ella
mató al rey y se apoderó del reino.
Por consiguiente, si hubiesen dos anillos como el de Giges y se diera uno a un hombre justo y
otro a uno injusto, ninguno perseveraría en la justicia ni soportaría abstenerse de bienes ajenos,
cuando podría tanto apoderarse impunemente de lo que quisiera del mercado, como, al entrar en las
casas, acostarse con la mujer que prefiriera, y tanto matar a unos como librar de las cadenas a otros,
según su voluntad, y hacer todo como si fuera igual a un dios entre los hombres. En esto, el hombre
justo no haría nada diferente del injusto, sino que ambos marcharían por el mismo camino. E incluso
se diría que esto es una importante prueba de que nadie es justo si no es forzado a serlo, por no con-
siderarse a la justicia como un bien individual, ya que allí donde cada uno se cree capaz de cometer
injusticias, las comete. En efecto, todo hombre piensa que la injusticia le brinda más ventajas indivi-
duales que la justicia, y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría.
Tomado de: Platón IV, D. (1986). República, Traducción y notas de C. Eggers Lan, Madrid, Gredos.
De los siguientes enunciados, ¿cuál presenta un supuesto subyacente a la afirmación “Todo hombre piensa que la injusticia le brinda más ventajas individuales que la justicia, y está en lo cierto, si habla de acuerdo con esta teoría”?
La injusticia brinda las mismas ventajas individuales que la justicia.
La justicia, al igual que la injusticia, brinda ventajas individuales.
La injusticia, a diferencia de la justicia, brinda pocas ventajas individuales.
La justicia no brinda ninguna de las ventajas individuales que la injusticia brinda.
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