En esta sección encontrarás miles de preguntas de Lectura Crítica, cómo resolver cada una de las preguntas y la respuesta correcta.
Tendrás cuatro opciones en cada pregunta, intenta contestar correctamente y si no lo haces, tendrás la opción de ver la solución o escoger otra respuesta.
Si deseas saber com solucionar cada pregunta puedes dar clic en la opción "¿Cómo resolver? ".
Tomado de: Gómez Dávila, N.(1992). Sucesivos escolios a un texto implícito.
Bogotá: Instituto Caro y Cuervo.
De acuerdo con el aforismo “Los sistemas filosóficos difieren los unos de los otros menos en la manera de resolver que en la manera de escamotear los problemas”, la principal diferencia entre un sistema filosófico y otro consiste en la manera de
RESPONDA LA PREGUNTA DE ACUERDO CON LA SIGUIENTE INFORMACIÓN
Cuando inicié mi estudio sobre chimpancés salvajes en 1960, en el Centro de Investigaciones Gombe Stream, no era permitido, al menos no en los círculos de etología, hablar sobre la mente de los animales. Solo los humanos tienen mentes. Ni tampoco era del todo correcto hablar acerca de la personalidad de los animales. Por supuesto que todos sabían que ellos tienen sus caracteres únicos todos los que alguna vez hubieran tenido un perro u otra mascota eran conscientes de ello. Pero los etólogos, luchando por hacer de la suya una ciencia ‘dura’, se mantuvieron alejados de la tarea de tratar de explicar esas cosas objetivamente. Un respetado etólogo, al mismo tiempo que reconocía que había una “variabilidad entre animales individuales”, escribió que era mejor que este hecho se “escondiera debajo de la alfombra”.
Qué ingenua era. Como no había tenido una educación científica de pregrado, no me di cuenta de que en teoría los animales no debían tener personalidades, pensar o sentir emociones o dolor. No tenía idea de que hubiera sido más apropiado una vez que llegara a conocerla o conocerlo asignarle a cada uno de los chimpancés un número en lugar de un nombre. No me di cuenta de que no era científico discutir sobre el comportamiento en términos de motivación o propósito. No era respetable, en círculos científicos, hablar sobre la personalidad de los animales. Eso era algo que estaba reservado para los humanos. Tampoco tenían mente, así que no eran capaces de pensamiento racional. Y hablar acerca de sus emociones era sentirse culpable del peor tipo de antropomorfismo (atribuirles características humanas a los animales).
En los comentarios editoriales al primer artículo que escribí con fines de publicación, se exigía que todo “él” o “ella” fuera reemplazado por “ello” y que todo “quien” fuera reemplazado por “que”. Enfurecida, taché uno a uno los “ello” y “que” y reescribí los pronombres originales. Dado que no me interesaba forjarme un nicho personal en el mundo de la ciencia, sino que simplemente quería vivir entre chimpancés y aprender sobre ellos, la posible reacción del editor de la muy ilustrada revista me era indiferente. El artículo, cuando finalmente fue publicado, les confirió a los chimpancés la dignidad de sus géneros correspondientes y correctamente los promovió del estatus de meras “cosas” a su existencia esencial.
Tomado de: Goodall, Jane. “Aprendiendo de los chimpancés: un mensaje que los humanos pueden entender”. En: Science,
diciembre, 1998: Vol. 282 no. 5397 pp. 2184-2185.
Considere el siguiente enunciado:
No me di cuenta de que no era científico discutir sobre el comportamiento en términos de motivación o propósito.
¿Qué prejuicio cuestiona la autora por medio del enunciado anterior?
RESPONDA LAS PREGUNTAS DE ACUERDO CON LA SIGUIENTE INFORMACIÓN
A mucha gente le gusta ver en los cuadros lo que también le gustaría ver en la realidad. Se trata de una preferencia perfectamente comprensible. A todos nos atrae lo bello en la naturaleza y agradecemos a los artistas que lo recojan en sus obras. Esos mismos artistas no nos censurarían por nuestros gustos. Cuando el gran artista flamenco Rubens dibujó a su hijo, estaba orgulloso de sus agradables acciones y deseaba que también nosotros admiráramos al pequeño. Pero esta inclinación a los temas bonitos y atractivos puede convertirse en nociva si nos conduce a rechazar obras que representan asuntos menos agradables. El gran pintor alemán Alberto Durero seguramente dibujó a su madre con tanta devoción y cariño como Rubens a su hijo. Su verista estudio de la vejez y la decrepitud puede producirnos tan viva impresión que nos haga apartar los ojos de él y, sin embargo, si reaccionamos contra esta primera aversión, quedaremos recompensados con creces, pues el dibujo de Durero, en su tremenda sinceridad, es una gran obra. En efecto, de pronto descubrimos que la hermosura de un cuadro no reside realmente en la belleza de su tema. No sé si los golfillos que el pintor español Murillo se complacía en pintar eran estrictamente bellos o no, pero tal como fueron pintados por él, poseen desde luego gran encanto.
Tomado de: Gombrich, E. H. (2003). La historia del arte. Madrid: Random House Mondadori.
RESPONDA LAS PREGUNTAS DE ACUERDO CON LA SIGUIENTE INFORMACIÓN
A mucha gente le gusta ver en los cuadros lo que también le gustaría ver en la realidad. Se trata de una preferencia perfectamente comprensible. A todos nos atrae lo bello en la naturaleza y agradecemos a los artistas que lo recojan en sus obras. Esos mismos artistas no nos censurarían por nuestros gustos. Cuando el gran artista flamenco Rubens dibujó a su hijo, estaba orgulloso de sus agradables acciones y deseaba que también nosotros admiráramos al pequeño. Pero esta inclinación a los temas bonitos y atractivos puede convertirse en nociva si nos conduce a rechazar obras que representan asuntos menos agradables. El gran pintor alemán Alberto Durero seguramente dibujó a su madre con tanta devoción y cariño como Rubens a su hijo. Su verista estudio de la vejez y la decrepitud puede producirnos tan viva impresión que nos haga apartar los ojos de él y, sin embargo, si reaccionamos contra esta primera aversión, quedaremos recompensados con creces, pues el dibujo de Durero, en su tremenda sinceridad, es una gran obra. En efecto, de pronto descubrimos que la hermosura de un cuadro no reside realmente en la belleza de su tema. No sé si los golfillos que el pintor español Murillo se complacía en pintar eran estrictamente bellos o no, pero tal como fueron pintados por él, poseen desde luego gran encanto.
Tomado de: Gombrich, E. H. (2003). La historia del arte. Madrid: Random House Mondadori.
RESPONDA LAS PREGUNTAS DE ACUERDO CON LA SIGUIENTE INFORMACIÓN
A mucha gente le gusta ver en los cuadros lo que también le gustaría ver en la realidad. Se trata de una preferencia perfectamente comprensible. A todos nos atrae lo bello en la naturaleza y agradecemos a los artistas que lo recojan en sus obras. Esos mismos artistas no nos censurarían por nuestros gustos. Cuando el gran artista flamenco Rubens dibujó a su hijo, estaba orgulloso de sus agradables acciones y deseaba que también nosotros admiráramos al pequeño. Pero esta inclinación a los temas bonitos y atractivos puede convertirse en nociva si nos conduce a rechazar obras que representan asuntos menos agradables. El gran pintor alemán Alberto Durero seguramente dibujó a su madre con tanta devoción y cariño como Rubens a su hijo. Su verista estudio de la vejez y la decrepitud puede producirnos tan viva impresión que nos haga apartar los ojos de él y, sin embargo, si reaccionamos contra esta primera aversión, quedaremos recompensados con creces, pues el dibujo de Durero, en su tremenda sinceridad, es una gran obra. En efecto, de pronto descubrimos que la hermosura de un cuadro no reside realmente en la belleza de su tema. No sé si los golfillos que el pintor español Murillo se complacía en pintar eran estrictamente bellos o no, pero tal como fueron pintados por él, poseen desde luego gran encanto.
Tomado de: Gombrich, E. H. (2003). La historia del arte. Madrid: Random House Mondadori.